viernes, 2 de octubre de 2009

Cinefreaks · 02/10/09





Sólo los ángeles tienen alas

Por Hernán Ballotta


Todo habitué de festival de cine probablemente sufrió en alguna ocasión lo que podríamos denominar SSP, o Síndrome de Sobredosis de Películas. El causante de esta dolencia cinéfila es, como su nombre lo indica, el consumo excesivo de películas en sala de cine en un corto período de tiempo, agravado por la naturaleza esencialmente sugestionable del cinéfilo común. Aquel que sufre el SSP experimentará la extraña impresión de que las películas empiezan a penetrar subterráneamente la realidad, acompañado de una serie de sensaciones físicas como la ingravidez, percepción distorsionada e imaginación hiperestimulada. De estos espacios de transición entre el cine y el mundo, entre la ficción y la realidad, se alimenta Novak, ópera prima del realizador Andrés Andreani. Por eso no es casualidad que la ficción de la película transcurra en la realidad de un festival de cine, el BAFICI.



La ficción comienza así: Lucía, una joven rosarina, llega a Buenos Aires para reemplazar a una amiga suya en un trabajo en el festival. Su misión es ser el ángel de un realizador húngaro, Laszlo Novak, que viene al país a presentar su película. Lamentablemente, Novak no aparece y en el festival parecen desconocerlo (lógicamente, pues él es, como Lucía, producto de la ficción). Allí, entre las idas y vueltas de un festival y una ciudad que le resultan a la vez fascinantes y expulsivos, Lucía conoce a Pablo, el ángel designado al también húngaro (pero realmente existente) Béla Tarr, quien tampoco aparece por ningún lado. Si esta historia de ángeles sin alas y artistas desorientados perdidos en una ciudad extraña les recuerda a Las alas del deseo de Wim Wenders, consideren esto: en el contexto de un festival de cine se los llama informalmente “ángeles” a aquellos encargados de asistir a los invitados durante su estadía.

Pero celestiales o no, nuestros ángeles efectivamente habitan otro mundo. No sólo porque ocupan el de la ficción, sino también por el tono levemente teatral de las actuaciones, acentuado en la vestimenta artificialmente blanca que portan los ángeles durante los siete días en los que transcurre la película. El teatro y la ficción contra lo real, o, mejor dicho, el rincón de la ficción “entre” lo real. Novak finalmente llega a Buenos Aires y comparte una notable secuencia con un grupo de ociosos floggers adictos a la cámara en la escalinata del Abasto. Cine y mundo fundidos mediante el juego de prender la cámara y buscar con ojos extrañados. La estética elegida es la del cine amateur de MiniDV en mano, que recuerda al movimiento Mumblecore estadounidense, del que Novak parece ser su versión cinéfilo-vernácula. Y si en ocasiones es demasiado solemne, tenemos que tomarlo como pretexto y no como texto, es decir como parte de la excusa lúdica de inyectarle ficción a la realidad. Así, los insistentes planos de los ángeles subiendo escaleras se transforman en la estructura simbólica con la cual Andreani construye el armazón ficcional con el que sale al mundo.

Es cierto, momentos de frágil poesía (asistidos por la dulce banda sonora de Esteban Andrés Sebastiani) y de hospitalaria intimidad mumblecore conviven con secuencias menos logradas, más superficiales y banales. El personaje del snob de festival, aún en su construcción estereotipada, pedía más tiempo para revelarse (o rebelarse) y constituirse como otro habitante del universo que propone la película. Sin embargo, a pesar de sus defectos, cuando encuentra ese saludable tono de levedad “palermitana” Novak emerge como una pequeña grata sorpresa.

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